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e manera natural todas las personas tienden a anticipar situaciones o reacciones de otras personas tomando como referencia la propia experiencia, forma de pensar o sentir. Entre más diferentes sean entre sí las personas,  o más disímiles las experiencias de vida, mayores son las posibilidades de malos entendidos, suposiciones equivocadas y/o problemas en la comunicación y relación cotidiana. Lo anterior es aplicable a cualquier grupo de personas, pero es particularmente cierto cuando conviven personas con y sin discapacidades, porque esta tendencia a “esperar que piense o reaccione como yo lo haría” suele generar barreras para tener empatía o comprender mejor cómo es el día a día de una persona que no puede ver y/o escuchar.

La situación anterior ha dado lugar a un conjunto de mitos o ideas erróneas generalizadas acerca del desarrollo, las capacidades y el funcionamiento en el día a día de las personas con alguna discapacidad; estas ideas equivocadas provocan que a veces las personas sin discapacidad piensen que las personas con ceguera o sordera “no se dan cuenta de lo que ocurre a su alrededor” o que “no pueden hacer ciertas cosas por su condición”, en vez de pensar que las realizan de manera distinta; curiosamente también se dan la situación contraria: que se dé por hecho que la persona con ceguera o sordera puede hacer las cosas “tal como las otras personas”, sin necesidad de adaptaciones.